Cerillas
En realidad, la elaboración de este pequeño artefacto aparentemente simple como es la cerilla, es complicada.
En 1826 el químico y farmacéutico inglés John Walker trataba de crear un nuevo tipo de explosivo. Para conseguirlo, mezclaba en un recipiente distintos productos químicos que removía con un pequeño palo de madera. Cuando dejó de remover la mezcla, observó que en la punta del palo había quedado un residuo sólido con forma de gota de lágrima. Trató de limpiarlo rascándolo contra el suelo del laboratorio, y contempló, con sorpresa, como el palo se encendía y aparecía fuego. Así creó la cerilla de fricción, tan usada en la actualidad.
Walker comenzó a venderlas en su farmacia, sin embargo, decidió no patentarlas a pesar de que su amigo Michael Faraday le recomendó que lo hiciera.
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Finalmente, otro hombre lo hizo, poniéndo el nombre de “Lucifer” a las cerillas, por el nauseabundo y desagradable olor que desprendían y su inestabilidad, tanto de la llama, como la fricción inicial.
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Estos artefactos eran muy dañinos para la salud de las personas que los fabricaban, ya que una caja de cerillas contenía suficiente fósforo como para matar a una persona. Es por esto por lo que muchos de los trabajadores de las fábricas de cerillas (sobre todo mujeres), como la de A Coruña, fallecían por neurosis debido a la inhalación de vapores y por enfermedades causadas por las malas condiciones en las que se veían obligadas a trabajar.